El vaticano, parte 2

El vaticano, parte 2

El producto que vende la empresa vaticana se llama SALVACION EN LA OTRA VIDA. Cae dentro el ramo de los seguros de vida, con la modalidad de que no ofrece pagar a los deudos sino directamente al asegurado; pero en la otra vida. El artículo no es nuevo. Fue inventado hace más de 10,000 años; pero la novedad de la patente; la marca comercial, los membretes y símbolos, registrados hace 2,000 años, le dan su fisonomía actual. El pobre inventor de estas modificaciones, como siempre sucede, murió en la desgracia. Otros se han encargado de explotarla. La venta se hace a plazos semanales, libres de impuestos, empezando desde el primer día que el niño va al centro de propaganda, que es la iglesia de su barrio, y allí deposita una monedita. Como el monto de la retribución en la otra vida es proporcional a las aportaciones (menos las deducciones por mala conducta), se deja a cada quien la libertad de decidir cuánto invierte: ¡Allá él! El comercio de intangibles depende fuertemente de factores psicológicos. Por principio de cuentas, el cliente necesita estar convencido de que el artículo existe en realidad, aunque no pueda verlo, ni tocarlo para comprobar objetivamente este aserto. Para esto se necesita fe. Fe en la calidad del artículo, fe en que le sera entregado, fé en la solvencia moral de la empresa, fé en su personal. Mientras más irracional, absurdo y raro sea lo que se promete al consumidor (pirámides, Johnny…), más fé necesita para desear adquirirlo y la empresa vaticana, para vender su producto, ha tenido que llegar al extremo de pedir a sus clientes que tengan fé ciega; que se pongan tapa ojos y orejeras para no ver ni escuchar a la razón ni al sentido común. Que sean mansos corderitos y no discutan… que sólo compren.

En realidad, el mayor peligro para el prestigio del producto y su consumo masivo ya no proviene de otros competidores. Ciertamente, en el pasado, la empresa vaticana sostuvo guerras sangrientas contra otras negociaciones transnacionales que pretendían arrebatarle el mercado; pero es justo reconocer que, a pesar de todo, logro imponerse en Europa y establecer agencias permanentes en América. A la fuerza, desde luego. Si comparamos el artículo romano con el árabe, veremos que este último está más vistosamente envuelto con huríes, ríos de miel y leche, finas viandas y eterna borrachera. Responde a los gustos y preferencias de pueblos libidinosos y sibaritas, de temperamento ardiente. En Asia, el producto indostano se popularizó, gracias al acierto de ofrecer el pago de dividendos en otra vida, pero aquí mismo en la Tierra, no en una utopía celeste vaga y misteriosa. El inconveniente es que, desgraciadamente, la vida en nuestro planeta no es siempre agradable, aunque se encarne en un maharajá; pero a cambio de ello, la clientela de las empresas indostanas se enfrasca en una competencia desesperada por quedarse con los premios mejores, como jauría hambrienta que se pelea por un flaco hueso. A los que pierden se les ofrece la alternativa de salirse del juego y no volver más a esta Tierra. Muchos optan por esta solución. Mientras más feas se ponen las cosas en el mundo, son más los que quieren irse y no volver. La Buda & Nirvana International Corp. garantiza a sus clientes que les puede enseñar dónde está la puerta. En cuatro mil años de estar operando, nadie ha regresado para reclamarle. La empresa vaticana se ha cuidado de no exagerar sus promesas para no perder credibilidad.

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